¿Cómo se diagnostica la ELA?
La ELA es una enfermedad diferente en cada una de las personas que la padece. Por
lo general, la debilidad muscular, particularmente en brazos y piernas, es uno de
los primeros síntomas que presenta más de la mitad de quienes la padecen.
Otros de los síntomas iniciales son tropezar o caerse mucho, que se te caigan
las cosas de las manos, tener dificultades para hablar y/o calambres, contracciones
o espasmos involuntarios en los músculos. Conforme va empeorando la enfermedad
con el paso del tiempo, comer, tragar y hasta respirar pueden resultar conductas complicadas.
Se puede tardar varios meses en saber con seguridad que una persona padece una
ELA. Esta enfermedad se puede asociar a síntomas similares a los de otras enfermedades
que afectan a los nervios y los músculos, como la enfermedad de Parkinson y
los accidentes cerebro-vasculares. Los médicos exploran a sus pacientes y les
mandan pruebas especiales para saber si padecen alguno de esos trastornos.
Una de las pruebas que se hacen es un electromiograma, o EMG, que puede mostrar
que los músculos no están funcionando bien debido a lesiones en los
nervios. Otras pruebas incluyen la radiografía, la resonancia magnética
(RMI), la punción lumbar y los análisis de sangre y de orina.
A veces, es necesario hacer una biopsia de músculo o de nervio. Una biopsia
es cuando el médico extrae una pequeña muestra de tejido corporal para
estudiarla bajo el microscopio. Al examinar ese tejido, el médico puede averiguar
qué es lo que está enfermando al paciente.
¿Cómo se trata la ELA?
En la actualidad, no hay forma de prevenir ni de curar la ELA. Pero hay tratamientos
que pueden ayudar. Hay medicamentos que sirven para controlan algunos de sus síntomas,
como los calambres musculares y las dificultades para tragar, así como fármacos
que permiten enlentencer el avance de la enfermedad.
La fisioterapia puede ayudar a las personas con ELA a afrontar la debilidad, la
pérdida de masa muscular y los problemas para respirar. También existen
equipos especiales para ayudar a los afectados cuando sea necesario. Por ejemplo,
una silla de ruedas eléctrica puede ayudar a desplazarse una persona paralizada
por la ELA. Y una máquina llamada respirador le puede ayudar a respirar.
Así mismo, un enfermero u otro asistente sanitario se puede desplazar a
la casa del afectado para proporcionarle las atenciones y cuidados que la familia
no le puede ofrecer por sí sola.
Vivir con una esclerosis lateral amiotrófica
Vivir con una ELA es difícil desde el punto de vista físico, pero
tranquiliza saber que la mente no suele quedar afectada. La mayoría de la gente
que padece esta enfermedad puede pensar con tanta claridad como siempre, mantener
relaciones con parientes y amigos, y se la debe tratar con respeto y normalidad.
Es normal que los miembros de la familia de una persona diagnosticada de ELA estén
preocupados y se sientan tristes y superados por la situación. La ayuda psicológica
proporcionada por un buen profesional de la salud mental, así como el apoyo
procedente de otros parientes y amigos, puede facilitar el afrontamiento de los duros
desafíos que plantea esta enfermedad.
La comunicación puede resultar difícil porque la enfermedad afecta
a la respiración y a los músculos necesarios para hablar y para mover
los brazos. Con paciencia, los familiares de las personas afectadas por una ELA pueden
aprender a comunicarse eficazmente con el afectado.
Los investigadores siguen estudiando la ELA con la intención de entender
por qué ocurre y cómo esta enfermedad daña las neuronas motoras
del cerebro y de la médula espinal. Conforme se vayan aprendiendo más
cosas sobre la ELA, los investigadores podrán seguir desarrollando nuevos y
mejores tratamientos.
Fecha de revisión: noviembre de 2017